El sabor de las palabras

EL SABOR DE LAS PALABRAS

 

Heraclio  Zepeda, Escritor Mexicano.

 

En algunas escuelas hay rincones del aburrimiento y rincones del castigo. Me gusta que ahora haya Rincones de la lectura. Don Valentín Espinosa es un hombre culto, profundamente culto y no sabía leer. Cultura es transformar la naturaleza; la naturaleza es todo lo que el hombre encontró: el agua, el mar,  las nubes  y el mismo hombre. Lo que el hombre puso en el mundo que encontró, lo que el hombre agregó, lo que el hombre inventó, eso es  cultura. Contar un cuento que no existía en el mundo, es cultura. Don Valentín entrega mazorcas a la gente y también entrega los cuentos que inventa. Don Valentín transforma el mundo. Es culto porque es capaz de agregar algo al mundo. Es más culto que el licenciado Martínez, que sabe latín, pero que se ha pasado la vida medio atornillado a su escritorio sin cambiar nada en el mundo.

 

Don Valentín Espinosa, fuera de los libros, lee todo: sabe leer en las nubes, en las aguas de los ríos, en los ojos de las muchachas, en los sueños,  en los movimientos de las bojas,  sabe leer la forma como se mueve el trigo, la sonrisa de los niños y las fotografías de los periódicos. Don Valentín es un hombre de 92 años, pero es un hombre muy joven, porque la juventud es la capacidad de asombrarse: la capacidad de ver la luna como si fuera la primera luna que hemos visto; la capacidad de descubrir la llegada de las golondrinas como si las viera por primera vez.  Don Valentín va de asombro en asombro. Ha descubierto que Serafín, que es uno de sus bisnietos, ha integrado un Comité de Lectura. En principio vio con un poco de desprecio el asunto porque él ha vivido bien sin los libros; es un hombre culto, es un hombre sabio, tiene respuesta a todo, transforma el mundo y no ha necesitado de  los libros; ha necesitado las otras cosas que lee. Pero cuando Serafín le dijo, que los libros no eran palabra sagrada, ni eran la ley, sino que eran como los cuentos que él narraba,  pensó que en los libros hay cosas más interesantes que la palabra sagrada y que la ley. Y que a los libros se puede ir sin necesidad de obligación.

 

El sabe que los hombres tenemos dos clases de hambre: hambre de comida y hambre de sueños: hambre de almorzar y hambre de imaginar; se dio cuenta que en los libros había mucho bastimento para el hambre de soñar. Entendió que el cuento que él narraba del Conejo y el Coyote tenía tanto valor como el de la Zorra y las Uvas que del griego paso al latín y ahora está  en el rincón de la lectura. Los maestros deberían escribir los cuentos de Don Valentín. En cada pueblo hay un Valentín porque al caer de la tarde cada corredor del pueblo se convierte en una biblioteca de palabras porque la gente empieza a contar historias. Por eso es tan importante sentarse con los viejos. El comité de lectura debe hacer una buena alianza con un viejo, que aunque no sepa leer sabe tantas cosas como las que están en los libros. Un viejo es una biblioteca y cuando un viejo muere es como si una biblioteca se incendiara; nadie más podrá leer los cuentos del viejo. El comité de lectura podría enriquecerse grandemente si tuviera una grabadora para recoger los cuentos del propio Don Valentín. Se puede morir Don Valentín antes de escribir lo que él está diciendo. Entonces hay que grabar para hacer una biblioteca de palabras que no mueran.

 

Don Valentín sabe que el instrumento más rico que tenemos es la palabra. El dice “como la palabra nada”. El sabe que para pensar hace falta conocer palabras. Si la gente conoce 100 palabras, sus pensamientos serán de 100 palabras: pero si un hombre o una mujer conocen cinco mil palabras, sus pensamientos serán de cinco mil palabras; pero para conocer palabras hace falta leer, hace falta preguntase qué significan las palabras. Don Valentín dice que cada palabra es como una cajita que hay que abrir y dentro de ella hay una almendra que hay que probar; porque hay palabras dulces y palabras amargas y los cinco sentidos deben trabajar con las palabras, no se pueden contar historias dulces con palabras amargas, y no se pueden contar historias amargas con palabras dulces. Hay  que buscar cómo saben las palabras; hay que disfrutar el sabor de las palabras. Don Valentín no sabe leer libros, pero si sabe buscar en las palabras. Don Valentín no sabe escribir palabras,  pero sabe escribir la cuenta de los días en los árboles, con su navaja.

 

Un gran escritor. Ernest Hemingway, de fama mundial, aconseja escribir con los dos extremos del lápiz: con la punta se escribe y con el borrador se barra. Don Valentín tiene varios oficios. Después que termina su trabajo. Se sienta en una piedra grande y empieza a leer las nubes, lo que las nubes cuentan. Empieza a ver en las nubes grandes rebaños, viejos barbados, viejitas apoyadas en bastones, amantes tomados de las manos y animales que no existen. Empieza a inventar animales y les inventa forma, trabajo y vida. Ha logrado que muchos de  estos animales anden de boca en boca como el gallo-gato; el gallo-gato tiene bigotico y cuando canta dice quiquirimiau. La gente ha aprendido que los cuentos de Don Valentín dicen cosas verdaderas porque los sueños y las invenciones tienen tanto derecho a vivir como la verdad histórica. Don Valentín cuenta cosas que antes no veíamos e incluso que no van a verse pero traen alegría. Estas forman parte de la cultura y del hambre de imaginación. Don Valentín descubrió que las cosas científicas sirven para mejorar el mundo.

 

Los libros los escriben los autores, también los lectores; cada lector es protagonista de una aventura y muchas otras personas participan en su proceso de elaboración. El libro escrito por el escritor y el Libro hecho por los impresores, todavía no vive, esta son nacer: cuando Serafín lo abre y Serafín lo lee se imagina lo que el escritor escribió, es cuando el libro vive. El libro lo escribe el autor y el lector. El lector es el protagonista de la aventura. El loro y el palo de mango de la obra “E] Amor en los Tiempos de Cólera” que se imagina Serafín, no es el mismo que vio Gabriel Márquez cuando lo escribió. Hay que imaginar los libros. No hay destino más triste que la de un libro que está todo  el tiempo encerrado, paradito, con buena conducta porque no se mueve absolutamente, sin que nadie lo hojee. No hagan que los libros estén tristes. Háganlos que canten: ellos cantan si cuando se leen se imaginan cosas nuevas. El tiempo tiene tres momentos: el tiempo de dormir, el tiempo de trabajar,  el tiempo de hacer lo que a uno se le da la gana. Porque somos libres, podemos hacer en el tiempo libre lo que queramos hacer, entre otras cosas pasar el tiempo. Pasando el tiempo se aprenden muchas cosas en el rincón  de la lectura.  Aún una adivinanza con la cual puede pasarse el tiempo, es un ejercicio de imaginación e inteligencia: hay que inventar adivinanzas.

 

 No hay palabras malas,  todas son dignas, lo malo es cuando se usan para ofender. Si no se usan para ofender, hay que usarlas como son. Tenemos ante nosotros una magnífica oportunidad de acercarnos a los libros, sin obligación, sin tareas; jugando con la alegría de los libros encontramos dos cosas: El  camino para encontrar como buscar otra clase de comida que no es el almuerzo,  que sirva para el hambre de la imaginación e ir preparando el camino para otros libros. Los libros son grandes ayudas, pero como nadie podría subirse en un caballo latigar y latigar, sin necesidad, porque lo tira, así nadie podrá llegar a un libro, si no es con cariño y nadie puede aprender de él sin saberlo manejar y mientras más pronto se aprende, mejor. Pero no digo pronto de  edad sino de mañana. Hay que empezar ahora.